Cuando era niña me sentaba en la orilla de mi cama y me ponía a llorar. Nunca nadie se dio cuenta, y es que yo lloraba porque me sentía muy sola. Y esa sensación nunca se ha marchado. Un eterno estado de ánimo dentro de mí.
Hoy es uno de esos días en que tengo ganas de escribir una carta suicida y despedirme de todos. Sí, ese lado que nadie conoce, sí, no siempre puedo ser optimista.
Tal vez alguna noche me atreva a hacerlo, no sólo a desearlo. O tal vez un día mi Dios, en el que tanto creo y sólo es mío, se anime a llevarme.
Le he dicho que la gente se acostumbra rápido a la muerte, que nadie me extrañaría demasiado. A la gente le gustan mis orejas, por como las uso, porque aunque hable mucho, también sé escuchar, y mejor que nadie. Eso extrañara la gente, pero nada más. A la larga, todo el mundo me suplirá como suelen hacerlo. No es queja, no, no. Es condición humana lo sé. Nos olvidamos de los demás. Ven, por eso se lo digo, nadie me extrañará lo suficiente.

Le he dicho, pero no sé si no me cree o me cree útil para el mundo. Sí es así, que me lo diga porque yo no veo mi utilidad. O tal vez ni ha tenido tiempo de atenderme. Si tuviera más poder sobre él se lo exigiría pero no.

En noches como esta, me gustaría morir para no despertar jamás.
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