Tenía miedo de volver a verte, de cómo iba a encontrarte, cómo iba a encontrarnos esta vida misma después de tantos años. Tenía miedo de encontrar tu mirada dulce perdida, que fuera un fugaz recuerdo envuelto en nada. Tenía miedo de volver a ver tus ojos miel y no poder verme, encontrarme, por un instante, en ellos. Sin embargo, no fue así.
Sigues siendo tú. Distinto y desgastado y arruinado pero sigues siendo tú. Lleno de dulzura y hasta vanidad, inocente y atrevido. Y tu mirada no ha perdido ni su brillo ni esa inocente dulzura que la caracterizaba, como la recordaba.
Tenía miedo de volver a verte, de cómo iba a encontrarte y cómo iba a encontrarnos esta vida misma que nos pasó por encima. Miedo de aceptar que me siento culpable, que de haber sido más osada, si me hubiese atrevido a robarte un beso o dos o un millón tu desenlace hubiera sido otro. Sí, tu desenlace porque ahora sabemos cuál ha sido el final de tu triste y desolada historia. Miedo de aceptar que siempre he querido volver a verte, volver a encontrarte y reconciliarme con el pasado.
Y no me alcanzó el tiempo para disculpar al pasado por sus locos y absurdos caminos que nos sitúo tan lejos de aquella magia que hubo entre nosotros. Que aún hay. Y no me alcanzó la valentía para decirte que tan importante fuiste para mi loca adolescencia, en mi inocente vida de chiquilla.
Tenía miedo de volver a verte y de cómo iba a encontrarte después de tantos años sin dejar de pensarte. Y en tu dulce mirada volví a verme, en tus dulces palabras volví a sentirme y acepté que aunque hubiese querido llevarte por el camino amarillo, nuestro destino no me pertenece y tu desenlace, tal vez tardío, hubiera sido el mismo.
Pero volví a verte y dejé de tener miedo de encontrarte, porque supe que la vida que nos pasó por encima con tantos años y desdichas, nos puso uno frente al otro para en un breve y fugaz instante vernos reflejados el uno en el otro y comprender que simplemente, así es.
Teresa mueve su cuello, escucha como truena, lleva horas en la misma silla de trabajo y la luz de la pantalla le ilumina el rostro. El café ya está frío pero lo sigue tomando, tiene un deadline que ya no puede postergar, procastinó toda la semana y el trabajo se acumuló. Teclea unas cuantas frases, lee, corrige, da formato, la luz de la pantalla ilumina su cansancio, vuelve a mover su cuello, lo estira para ambos lados y lo soba; cierra los ojos y su mano baja por el cuello y se detiene en su pecho, suspira y olvida el deadline. Se imagina que no es su mano la que recorre su cuello y se posa en su pecho; su respiración se vuelve profunda, sube los hombros, no quiere distraerse pero no deja de pensar en él, en imaginarse que son sus manos las que la tocan, las que recorren su cuello en trayecto a desnudarla. Se ríe, se siente ridícula por pensar en ello. Es sólo un chico , se repite, no es un hombre aún , pero la halaga y le excita la idea, la situación. "Yo...
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